martes, 13 de octubre de 2015

Sobre la belleza


¿Y cuántas veces más contemplarás la luna llena? Y, sin embargo, todo parece ilimitado…
Paul Bowles, ‘El cielo protector’


A la puerta de mi casa hay un farolito que está siempre encendido. Cuando llego anocheciendo, un gecko suele estar merodeando a su alrededor, imagino que poniéndose las botas con los mosquitos atraídos por la luz. Al principio, cuando metía la llave en el cerrojo, el ruido chirriante de la cancela de hierro le asustaba y huía buscando refugio en algún hueco del tejado. Pero, últimamente, parece que se hubiera acostumbrado a mi presencia y con sus fríos ojos negros me observara paralizado, como diciendo “¡Ah, eres tú! Ya estás en casa.” Por más austera que sea, cuando regresas de los viajes al interior, cada pequeño detalle, cada comodidad asumida como normal, cobra un valor inusual: abrir la heladera, servirte un vaso de agua, ir al baño, darte una ducha…

Camino de Brítez Kue

Aspecto de una letrina convencional
En uno de los últimos viajes visitamos la colonia de Brítez Kue, en el distrito de Yvy Pytã que, por si sufres daltonismo, significa ‘tierra roja’. Desde Curuguaty hay que tomar la ruta 10 que lleva a Saltos del Guairá, la capital departamental, en la frontera con Brasil. No hay ninguna señal que marque el desvío, apenas un kilómetro después de pasar los últimos restos de un campamento –justo en el borde de un gran sojal propiedad de Blas Riquelme, el ‘supuesto’ dueño de las tierras en disputa- que sigue recordando hoy lo ocurrido hace tres años en Marina Kue. La camioneta no para de bambolearse sobre la carretera, intentando salvar los surcos y los enormes baches sobre el asfalto. Se dan solo en uno de los sentidos, como un reguero que marcara la salida de la soja: la policía caminera –coima mediante- hace la vista gorda para que los camiones que se extralimitan de peso puedan circular sin problemas hasta los principales puertos del país.

Alejadas de las viviendas, suelen ocultarse en los yuyales
Letrina mejorada: con inodoro, ducha y fregadero
Es curioso que un municipio como Curuguaty, al que llegó hace poco más de diez años la ruta asfaltada, sea hoy un enclave rural-global cuya economía dependa más de la cotización de las food commodities en la bolsa de Chicago que de la actividad local. Mientras vamos dejando atrás estancias ganaderas, extensiones de monocultivo y alguna mancha boscosa me acuerdo del trabajo que lleva realizando desde hace años un antropólogo canadiense (y tengo que tomar aire para resumirlo a partir de lo que me ha contado una amiga): investigar cómo los flujos globales de la soja inciden en las vidas cotidianas de la gente, desde que todo un sistema de infraestructuras se diseñe en función de intereses comerciales, pasando por la elaboración de supuestas normas de calidad que esconden el control burocrático y los muros que el poder ejerce, hasta hacer de “la pobreza un pecado de inferioridad, una forma de ser en que los individuos se vuelven incapaces de ejercer sus derechos.”

Letrina mejorada: fosa séptica y pozo ciego aunque no siempre, como
en este caso, funcionan...
Nuestro equipo de campo se está encargando de hacer las entrevistas en las comunidades y de georreferenciar los pozos individuales que se siguen utilizando, a la vez que toman nota del uso que la gente da a sus pozos una vez acometido el servicio de agua. Aprovechamos nuestra reunión de coordinación mensual para cruzar la distancia, física y social, que separa Asunción del interior del país. Después de dar el aviso por la radio comunitaria, Regina es una de las primeras mujeres que nos atiende. Como casi todas las mujeres del campo, aparenta muchos más años de los que tiene. Nos invita amablemente a tomar asiento en el porche de su casa. Una niña sentada con la cabeza apoyada en la mesa nos dedica esa clase de mirada que da la impresión de seguir concentrada en sí misma. Está a su cuidado porque su madre está en prisión. De repente, se ha colado en la entrevista –como en otras que le seguirán- un tema que no está previsto y te invade una intensa sensación de futilidad sobre las preguntas que le tenemos que formular. Y entonces ves las huellas de la fatiga, las arrugas del sufrimiento y caes en la cuenta de la increíble capacidad que tienen algunos seres humanos para mantenerse enteros.

Que tu lote tenga servicio de agua no significa que dispongas de
agua corriente en tu vivienda
La colonia forma parte del área de influencia de la Reserva de Mbaracayú, que estos días está siendo revisada al milímetro para garantizar la seguridad de la Embajadora de Estados Unidos. Su visita se enmarca en la firma de un convenio entre USAID y WWF –y que incluye en su alianza a la fundación que gestiona la reserva, Wildlife Conservation Society y Syngenta, entre otras- para promover la conservación del Bosque Atlántico con prácticas agropecuarias sostenibles, ‘con especial énfasis en la soja y la producción de carne’. Lees esto y no puedes dejar de acordarte de una escena que Doris Lessing narra en ‘El cuaderno dorado’: en medio de una fiesta entre hombres de negocios, le parece hasta oír cómo dicen que no se creen nada, que ya saben que lo que hacen está mal pero que les da igual. Y, mientras contempla sus rostros con un punto de miedo, siente que regresa a “su fase más primitiva de comunismo, cuando una cree que hay que matar a todos esos hijos de puta…”

Pozo en desuso y depósito de agua conectado a red de abastecimiento

Pozo en activo
Desde que lo leí por primera vez, vuelvo a él de vez en cuando. Creo que cumple aquello que alguien dijo de la buena literatura, que debe reconfortar a las almas desasosegadas e inquietar a quienes se sientan cómodos. Cuando regreso a Asunción la humanidad parece haber enloquecido por un eclipse lunar que no se repetirá en años. Salgo a la terraza y coincido con mi vecina Gabriela, una joven paraguaya separada que vive con su hijo Ulises. Me dice que le resulta agradable charlar conmigo porque sabe que la conversación no girará en torno a temas de crianza. Y, siendo periodista, me pone al día de esa sacudida hacia adelante, de esa pequeña victoria que, a veces, en un lugar del mundo hace a la gente tener fe en que las cosas puedan cambiarse. Nos bebemos media botella de vino sentadas en la escalera, arreglando el país y mirando de vez en cuando al cielo, algo decepcionadas porque en ningún momento llegamos a ver el color rojizo de la luna. Hay breves instantes de conexión entre lo vasto y lo diminuto de nuestra existencia que, aun con la certeza de que el mundo es un lugar horrible, te hacen amar intensamente la vida.


Saliendo de Brítez Kue, al fondo, la Reserva de Mbaracayú

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