viernes, 30 de junio de 2017

Aháta aju…


Sé que os había prometido una segunda entrada para completar mi lectura de ‘Auditores campesinos’. Acabé el libro, sí, pero me pareció demasiado denso para extenderme sobre algo que, creo, quedaba apuntado en mi último post. Además, lo confieso, soy una diletante. No tenía ni idea de lo que significaba –de hecho, puede que no hubiera escuchado nunca antes la palabra- hasta que hace años vi este documental en la sección ‘Tiempo de historia’ de la Seminci.

Pero me estoy yendo. El tono de esta entrada también va a ser diferente al resto, en las que os he contado mi visión de Paraguay manteniendo cierta distancia. A lo mejor, este amago de crónicas para hacer de los hechos los protagonistas, era una forma de hacer trampa. Os decía que soy una diletante, el participio italiano del latín delectare, deleitarse. Con una etimología tan bella no sé en qué momento adoptó el sentido peyorativo que hoy tiene, alguien que se interesa superficialmente y, peor aún, opina o practica una disciplina sin tener suficientes conocimientos. Así que, sí, puede que no sea más que una intrusa.

En estos días se cumplen cinco años desde que pisé por primera vez Paraguay. Apenas tuve un mes para preparar aquel viaje y leer algo sobre un sitio del que nada sabía, solo que era tranquilo, se hablaba guaraní, y tenía un gobierno progresista, en la estela del socialismo del siglo XXI surgido en la región. Pero lo que pasó en esos días iba a tener una importancia decisiva en la historia de este país y en mi insignificante historia de vida. Como me dijo tiempo después una amiga, “con el golpe a nosotros nos jodieron pero a ustedes les cagaron encima”. Cuando nada de lo que has planeado sale como esperabas y no tienes plan b, te toca inventar un plan para escapar hacia delante.

La segunda vez que vine a Paraguay el viaje no era el destino, era casi la huída. Y sigo pensando, ahora que me despido por segunda vez, como entonces, que “la desolación es el sentimiento que nos embarga cuando mueren los seres que habitan dentro de nosotros”. Pero, y que me disculpe el señor Mailer, le añadiría un matiz: a veces, hay que matarlos. No sé a cuántas personas he tenido que asesinar en este tiempo para ser otra y, a la vez, más yo que nunca. Y estando tan ocupada en esta ‘carnicería’, no os he podido contar todas las cosas sobre las que he ido tomando nota, lo creáis o no, para luego volcarlas en el blog. No hubiera podido, aunque hubiese querido, hacer de cada semana de trabajo en Canindeyú una historia porque, como decía el compulsivo Camus, “si usted no siente la irrefrenable necesidad de escribir, enhorabuena, no escriba”. Cómo expresar la contradicción entre la alegría y la impotencia, entre lo que ves y lo que intuyes, o sabes que se esconde, tras la realidad de las comunidades indígenas. No os he contado la experiencia de cruzar los Andes en colectivo, ni la locura infantil y la guerra de bolas de todo un pasaje que veía por primera vez la nieve. No os he hablado de las quebradas del Chaco, ni del Pilcomayo, ese delta interior que cambia con sus crecidas anuales el entorno y a sí mismo, y a ver quién se atreve a hablar en lenguaje metafórico teniendo frente a sí semejante naturaleza... O relataros mis únicas vacaciones, a Bolivia, un viaje de desencuentros y rupturas, porque el curso de fotografía que inicié a mi regreso –y nunca pude terminar- me hizo sentipensar sobre el impúdico significado de las imágenes en la era digital.

Sí, lo admito, soy una diletante y una intrusa. A ratos, puede que incluso un poco impostora. Por hablar de lo que no alcanzo, por creer entender lo que aún no me ha sido develado. El caso es que, pese a no haber sido constante en mis notas, siento la necesidad de despedirme de ellas. Y quiero hacerlo con la serenidad que ahora me acompaña, el py’a guapy, esas ‘entrañas sentadas’ –una expresión, como tantas otras, intraducibles del guaraní- que me llevo como el mejor regalo que me haya dado nunca la vida. En guaraní siempre se habla en presente y, la mayoría de las veces, solo por el contexto se puede entender el qué y, sobre todo, el cuándo de una acción. Una de las expresiones más curiosas de este idioma, aháta aju, en español resulta un auténtico oxímoron, literalmente, ‘me voy a ir a venir’. Me estoy yendo, me voy, ahora, en este preciso momento. Ha upei...