jueves, 10 de enero de 2013

Hecho en Socialismo


"De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace"
José Martí

Graffiti a la salida de la boca de metro de Bellas Artes (Caracas). El lema 'Chávez,
corazón del pueblo' se ha convertido en uno de los gritos de la Revolución Bolivariana.
Raúl nos cuenta, mientras conduce, que Venezuela tiene forma de rinoceronte, "eso sí, para ver la silueta del animal el mapa ha de incluir los territorios en reclamación con Guyana". La franja que queda al norte del río Orinoco -los lomos del animal- se asienta sobre un enorme 'barril' de petróleo que convierte a Venezuela en el país con las mayores reservas de crudo probadas del mundo. Su explotación estuvo históricamente en manos extranjeras hasta que, en el contexto de la crisis del 73, se dicta la ley que nacionaliza los hidrocarburos. En la práctica, aunque en 1975 -bajo el gobierno de Carlos Andrés Pérez- se crea la empresa estatal Petróleos de Venezuela, la estructura y organización se mantienen idénticas al pasado, con transnacionales controlando el negocio petrolero, las mismas manos que lo habían dominado antes de la 'supuesta' nacionalización. Sin petróleo no se entendería la historia geopolítica del siglo XX. Sería una ingenuidad pensar que los intereses sobre este recurso no tienen nada que ver en la ofensiva que, desde sus comienzos, han tenido que sortear el proyecto político y la figura misma de Hugo Chávez.

Embarcadero en Chichiriviche, Parque Nacional de Morrocoy, estado de Falcón.
 Cientos de lancheros se ganan la vida llevando a turistas a los Cayos.
Chávez tuvo la audacia de desenterrar a uno de los próceres de la Independencia y elevar a la categoría de mito a un criollo burgués como Bolívar. Su imagen, junto a las de su lugarteniente Miranda y el 'negro' Páez, te dan la bienvenida al país cuando atraviesas el túnel de La Guaira, en la autopista que une el aeropuerto en dirección a Caracas. El mismo túnel que hace unos días, al parecer, no pudo cruzar un corresponsal de prensa, narrándonos su experiencia -como si de un escenario bélico se tratara- en esta caricaturesca crónica. Venezuela tiene un serio problema con la violencia, los datos están ahí para corroborarlo. Pasando unos días en Chichiriviche conocimos a una mujer que, después de haber vivido por dos décadas en Francia, ha regresado hace unos años a su país. La mujer -que regenta un restaurante donde cenamos en Fin de Año- tenía la teoría de que en Venezuela se vive ingenuamente feliz "hasta que te pasan estas cosas, después ya no puedes serlo". Raúl se ríe y calla. Cuando llevas unas semanas aquí empiezas a calibrar que el tema de la violencia está sobredimensionado: a todo el mundo le encanta relatar los pequeños hurtos, los asaltos a punta de pistola y aun los secuestros que, afortunadamente, muy poca gente ha padecido, la mayoría escucha por unos medios de comunicación que sistemáticamente los magnifican y, en general, nadie sufre cotidianamente. Según el antenista que ha venido a instalar la televisión por cable -hijo de un republicano asturiano exiliado tras la Guerra Civil- la violencia actual es "una herencia del abandono del pueblo en los años 80". La 'década perdida', por lo que se ve, no sólo dejó agujeros económicos... La historia de Raúl desmiente la teoría de nuestra posadera. Hace unos años sufrió lo que aquí llaman 'secuestro express': dos tipos entran en tu coche a punta de pistola, te llevan hasta tu casa, la desvalijan, te llevan a un cajero, sacan todo el efectivo posible y ahí te dejan tirado. Sería una estupidez -en nuestro caso- pretender deambular por Catia de noche sin llamar la atención, se nos identifica fácilmente como 'nordacas' y eso es sinónimo de euros o dólares en un país en el que la diferencia entre el cambio oficial y el del mercado negro es de uno a cuatro. Sin embargo, a plena luz del día se puede recorrer tranquilamente el casco histórico colonial que resiste en el centro mismo de Petare, una barriada suburbial de más de medio millón de habitantes al este de Caracas. A Raúl le ha llevado bastante tiempo de terapia superar el trauma. Pese a todo, es un tipo feliz.


Calle en el centro colonial de Petare.
Al fondo, el barrio arracimado sobre los cerros.
Caracas se extiende de este a oeste lo largo de un valle. El MetroCable comunica
éste con los barrios que se asientan sobre los cerros colindantes.
Vista de Petare desde el MetroCable. Al fondo, la Cordillera del Ávila que separa
la franja costera de Caracas.

La llegada al poder de Hugo Chávez y los cambios legislativos que introduce, entre otras cosas, para aumentar la renta fiscal que la explotación petrolera aporta al Estado, justificaron un fallido golpe de estado en abril de 2002 por parte de una alianza entre empresarios y militares. Lo que ni por las urnas ni por la fuerza consiguieron las oligarquías lo intentaron a finales de ese mismo año bajo una vieja fórmula caciquil -ya utilizada para erosionar otros gobiernos de izquierda, como el de Salvador Allende en Chile-, el 'paro patronal'. La antigua PDVSA funcionaba, en realidad, como un 'estado' dentro del Estado, marcando la política energética al margen de los intereses soberanos y bajo un régimen fiscal tan abiertamente liberal que, durante años, ni siquiera reembolsó los dividendos correspondientes a las arcas comunes. Mi amigo el antenista dice, mientras sintoniza los canales, que "aquello era una caja negra. ¿De dónde piensa que sale el dinero para las Misiones? ¡De aquellas regalías...! Y eso la gente lo ha visto". Si el neoliberalismo se ha valido, curiosamente, de los resortes del Estado para tirar por tierra el contrato social, la Revolución Bolivariana ha servido -en un momento de intenso reflujo de cualquier ideal socialista- para recuperar el control de las herramientas estatales en beneficio de las mayorías sociales. Nos resulta difícil escapar de la visión etnocéntrica que culturalmente nos atraviesa pero no debiéramos arrogarnos el derecho de imponer, en otros contextos, los discursos que nos gustaría escuchar. Y sin embargo, desde la decadente Europa nos permitimos el lujo de calificar a éste -y otros proyectos similares del continente latinoamericano- de populista, sin que nadie sea capaz de definir tal cosa, pero con un sesgo claramente denigrante.

Todos los productos procedentes de empresas de públicas
llevan el sello 'Hecho en Socialismo'.
Cuando los conquistadores llegaron a estos territorios quisieron implantar su cultura y su religión pero no lo hacían sobre vacío. A las costumbres indígenas había que sumar, además, los rituales africanos llegados con la esclavitud. Un hermoso resultado de aquella mezcla son los Diablos Danzantes de Yare. Sobre su vestimenta roja y sus coloridas máscaras cuelgan un rosario y la cruz del Santísimo, portando una maraca, en una mano, y un látigo, en la otra. Su danza a son de tambores recorre las calles el día del Corpus Christi y llega hasta el umbral del templo, dónde arrodillados reciben la bendición del sacerdote, a modo de simbólico triunfo del bien sobre el mal. La organización de esta celebración dio lugar a cofradías que fueron las únicas formas de asociación permitidas entre indígenas y esclavos, creándose lazos de solidaridad entre ambas comunidades. Hugo Chávez es el reflejo político del sincretismo de estos diablos. Es 'zambo', un término despectivo que califica a quien porta sangre india y negra en sus venas, el cruce -en el imaginario colonial- más bajo del escalafón racial. O dicho de otro modo, en un país, donde si pones Globovisión pareciera que vives en Suecia, Chávez pertenece a ese grupo de gente que, para las élites que un día ostentaron todo el poder, está destinada a servir y no a mandar. No les entraba en la cabeza esta receta de arroz con mango a la hora de hacer política y, para colmo, con esa falta de glamour entre bambalinas, que vas por los pasillos del palacio de Miraflores y te cruzas con una ministra en chándal... Isa, una amiga mulata, nos dijo que el chavismo le había enseñado, entre otras cosas, a ver su nariz de negra como linda, una anécdota parecida a la que Galeano recuerda en su repaso a este curioso dictador. El antenista ya ha terminado, recoge su caja de herramientas y me agradece la conversa. "Yo lo que veo es que el capitalismo no es bueno y por eso se está hundiendo", me dice. Y antes de salir por la puerta añade: "Pero no se confunda, señora. Que yo no soy comunista, ni Chávez lo es. Que aquí lo que se quiere es que la gente viva bien".

Mi regalo de Reyes: una marioneta de Diablo de Yare.